La famosa campaña contra la invasión imperialista de los elefantes. Relato decolonial

La famosa campaña contra la invasión imperialista de los elefantes. Relato decolonial.

Javier Hernández Alpízar

La Organización de las Naciones Unidas pidió a investigadores de varios países entregar en un plazo de 8 meses un estudio sobre los elefantes.

Los alemanes entregaron Prolegómenos a un estudio estrictamente científico sobre los elefantes.

Los franceses entregaron Deconstrucción postestructuralista del concepto hermenéutico de elefante.

Los ingleses entregaron un Estudio empírico y lógico del lenguaje sobre los elefantes.

Los griegos entregaron Elefantiada.

Los brasileños entregaron Batucada para el carnaval de los elefantes.

Los estadunidenses entregaron el opúsculo Cómo hacer dinero con los elefantes.

Los japoneses entregaron Efectos de la radiactividad en los elefantes.

Los hindúes entregaron El mantra infinito de la divinidad de los elefantes.

Los egipcios entregaron El jeroglífico multisecular de los elefantes.

Los mexicanos enviaron una carta pidiendo una prórroga para entregar su estudio.

Yazmín Esquivel envió un libro llamado “Deconstrucción postestructuralista del concepto hermenéutico de elefante”, que tenía exactamente el mismo texto que el estudio francés. Al recibir acusaciones de plagio, la ministra demandó a los franceses y a la ONU.

Las redes digitales se inundaron de posteos sobre una campaña para dar un golpe de estado blando con el pretexto de los elefantes y los plagios.

López Obrador publicó un libro para leer en voz alta en las mañaneras, llamado Gracias, Yazmín, en el que rescata a un héroe desconocido que recorrió de Macuspana a Badiraguato montado en un elefante.

El Congreso aprobó un presupuesto para que la Sedena busque los restos del héroe y el elefante desconocidos,

Ante las solicitudes de transparencia para saber el presupuesto, acusaron a INAI de ser un resabio del neoliberalismo y reservaron la información por 400 años, porque los elefantes son tema de seguridad nacional.

Actualmente hay un proyecto de reforma constitucional para prohibir los elefantes y los estudios sobre elefantes; dejar en manos de la Sedena las investigaciones sobre plagios y desaparecer el INAI y los poderes en Guanajuato, para evitar golpes de estado blandos, flexibles y neoliberales.

Sheinbaum promueve el plan Elefante, “vota todo Morena para que la oposición no pueda legalizar los elefantes y dar un golpe de elefante”… Los únicos elefantes permitidos serán blancos y como son elefantes blancos, serán proyectos prioritarios de la 4T.2.

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El sujeto torturador y asesino de la tecnociencia y la industria moderna

Hotel Abismo

El sujeto torturador y asesino de la tecnociencia y la industria moderna

Javier Hernández Alpízar

“Y aunque gracias a su perfume es capaz de aparecer como un Dios ante el mundo… si él mismo no se podía oler y, por lo tanto, no sabía quién era, le importaban un bledo el mundo, él mismo y su perfume.” Patrick Süskind, El perfume.

Jean -Baptiste Grenouille, el sociópata y asesino personaje central de la novela El perfume, Historia de un asesino, de Patrick Süskind, puede tener no solamente lecturas psicológicas o psicoanalíticas, del tipo ¿por qué él, quien tiene un olfato hiperdesarrollado, no tiene olor él mismo, a la manera como los vampiros no tienen reflejo en el espejo? Y pensar en la falta de amor propio, derivada de la falta de amor materno y el desarraigo de no saber quién es.

Sin embargo, se pude centrar la atención en el comportamiento sin sentimientos morales y sin culpa, capaz de matar mujeres y usarlas como insumo para obtener perfumes, con la misma indiferencia con la que puede obtener esencias de aromas de flores, maderas o cualquier otro material.

Puede hacerse la analogía entre el asesino buscador de aromas para elaborar perfumes y el sujeto moderno, quien ve a toda cosa, a todo ente, en la naturaleza como una mera fuente de energía y materiales para producir sus productos- valores de uso- mercancías- dinero- ganancias.

El aprendiz de perfumista tiene una percepción unilateral- unidimensional- del mundo: lo aprecia a través de su olfato superdesarrollado. Tal como el sujeto moderno del mundo industrial aprecia al mundo ante todo a través de la visión, la mirada, por encima de los demás sentidos. Para el asesino de la novela de Süskind, el mundo son aromas, sin mayor preocupación por su naturaleza humana, viviente o inerte. Para el homo faber, el mundo son ante todo imágenes, ideas, aspectos, y si acaso datos de los sentidos, que operan como insumos, materiales, para la producción industrial y de mercado.

Respecto al conocimiento, el personaje de El perfume solamente entiende las palabras que denotan a lo singular, es un nominalista que no puede entender significados más generales o genéricos, una suerte de empirista- positivista cuya lengua sería el ideal de los nominalistas medievales, los positivistas y los posmodernos que no quieren saber de “universales”. Así como, dijo el maestro Bolívar Echeverría, el posmodernismo puede leerse como ese escepticismo frente a los universales del personaje de la novela de Robert Musil, Las tribulaciones del estudiante Törless, análogamente, el Grenouille de Patrick Süskind parece una alegoría del sujeto del imperio de la técnica: el mundo es para él solamente un repertorio de aromas para destilar, procesar y quintaesenciar. Así como para el sujeto productivista de la técnica moderna el mundo son sólo materiales de construcción y fuentes de energía para la producción industrial.

Ambos sujetos son entonces reduccionistas, para ambos el mundo “no es más que”, las cosas “no son más que” un almacén o stock de existencias disponibles para su manipulación: no tienen límites morales, éticos ni políticos, es decir, no tienen límites afectivos, sino una insaciable voluntad de poder técnica (y una razón meramente instrumental). Si pueden extraer provecho de esos entes (inorgánicos u orgánicos, vivos o inertes, vegetales, minerales, animales o humanos) tienen que hacerlo, y no encuentran motivo para detenerse: que mueran algunos seres vivos, que mueran algunos humanos, son solamente gajes del oficio de perfumista o de químico o de físico nuclear, o de ingeniero o arquitecto del desarrollo urbano, industrial, militar, empresarial, modernizador, colonial.

Este sujeto capaz de usar humanos como conejillos de indias aparece en el cine en películas como la saga de Alien de Ridley Scott (Alien, el octavo pasajero; Prometheus; Alien: Covenant) en la figura de los robots o humanoides que prefieren permitir el desarrollo evolutivo de los alienígenas extraterrestres, a costa de la vida de los seres humanos, tripulantes de las naves espaciales, quienes son sacrificables.

Así para Grenouille, no hay ningún sentimiento moral que le impida matar mujeres jóvenes para tratar de extraer, obtener, aislar, y utilizar la esencia de su aroma (en el capital: valor de cambio), en la que intuye que está el secreto de su belleza y atractivo, lo que hace que puedan ser objeto de deseo. Por algo Raúl Zibechi ha dicho que este sistema es un extractivismo feminicida; y las zapatistas han llamado a acabar con el capitalismo feminicida que mata a la Madre Tierra.

“El homo faber –dijo Hannah Arendt en su conferencia “Labor, trabajo y acción”– se convierte en amo y señor de la naturaleza en la medida en que viola y, parcialmente, destruye lo que le fue dado.”

Para el sujeto moderno, el homo faber (que antes, como buen depredador es homo videns) todas las cosas son solamente fuentes de moléculas, de átomos, de materia, de energía, de materia prima para producir valores de cambio, dinero, ganancias, capital.

Por ello sus procesos fisicalistas y tecnocientíficos pueden ser cruelmente despiadados: desde torturar en laboratorios a ratas blancas, cobayas, cuyos, conejillos de Indias, conejos y otros animales hasta torturar en campos de concentración, trabajo forzado y exterminio a seres humanos racializados, deshumanizados, alienados, esclavizados para extraer minerales o incluso ya ni siquiera como fuerza de trabajo (“El trabajo libera”, lema de un campo de trabajo forzado nazi) sino como insumo, material, o como material desechable, eliminable, exterminable o bombardeable.

Quizás por eso siempre me ha desagradado no la novela, la literatura, de El perfume sino el contenido de su historia: porque en la literatura universal, desde Moisés en el Génesis hasta Tom Sawyer o Huckleberry Finn o cualquier otro huérfano, los niños que han perdido a sus padres o han tenido que ser dejados por ellos, encuentran un mundo en el cual crecer y llegar a ser protagónicos de liberación y alegría. En cambio Jean-Baptiste Grenouille representa al sociópata que encarna el sujeto moderno (la empresa o corporación transnacional capitalista) como depredador, extractivista, torturador, asesino, sin escrúpulos, sin sentimientos morales, sin empatía por nada que no sean sus propios experimentos y construcción desarrollistas, megadesarrollos.

Con ese criterio se pueden producir lo mismo papas fritas y bebidas gaseosas que armas convencionales, químicas o nucleares, porque las cosas, el mundo o la vida no son más que una infinita plasticidad (“biomasa”) para el producir tecnocientífico e industrial, y sus negocios. El nihilismo, el “no vale nada la vida”, está inscrito en el ADN de ese imperio mundial de la técnica y el capital. Quizás parece no tener olor, pero ese sujeto del imperio técnico debe oler a muerte.

Patrick Süskind, El perfume, Historia de un asesino, Seix Barral, México, 2015.

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El derecho de elegir, el derecho a la herejía: Elena Garro

Hotel Abismo

El derecho de elegir, el derecho a la herejía: Elena Garro

Javier Hernández Alpízar

A quienes han elegido

El cuento de Elena Garro “La culpa es de los tlaxcaltecas” es fantástico: una mujer casada con un hombre mexicano del siglo XX, también está casada, en otra época histórica con su “primo marido”, un guerrero azteca. Ella vive en ambas épocas.

Entre otras cosas, el relato retrata el drama de la caída de Tenochtitlán y el traumatismo histórico soterrado en la base de una sociedad mexicana que se reivindica “mestiza”, pero sigue siendo racista contra los indígenas. A lo largo del texto, se repite como leit motiv la frase del título, “la culpa es de los tlaxcaltecas”.

Elena Garro nos pone frente a dos épocas históricas: el siglo XX, en el México de la época de López Mateos, con su machismo y violencia contra las mujeres (su marido le pega y, dicen las trabajadoras domésticas “casi la mata”). Y a través de la obsesión de la protagonista, quien está leyendo a Bernal Díaz del Castillo, representa de manera fantástica el drama de una ciudad sitiada y derrotada, y la masacre que debió ser el final de Tenochtitlán en 1521. “Es el fin del hombre”.

Es un relato difícil de entender. Quizá porque su función es perturbar, inquietar, y lo consigue muy bien. Es decir, se entiende que es un cuento fantástico, porque la protagonista se va al final con su “primo marido”, casi ante los ojos de Nacha, quien, con sororidad interclasista, le prepara café y escucha sus confidencias. Pero la idea de “traición” es de mucha sutileza psicológica. ¿Se refiere a que tiene un “segundo marido” o mejor dicho dos maridos? Además, hace ruido la frase “la culpa es de los Tlaxcaltecas”, porque los tlaxcaltecas eran un pueblo tan distinto a los mexicas que no se puede hablar de “traición” por su alianza con los españoles, pues sería como acusar a los franceses de “traicionar” a los alemanes.

El cuento “La culpa es de los tlaxcaltecas” menciona a Adolfo López Mateos como presidente (su sexenio fue entre 1958 y 1964), al cual el marido de Laura del siglo XX no se quita de la boca. La Guerra Fría está en un momento climático, pues el triunfo de la Revolución Cubana sucedió en 1959 y la crisis de los misiles se dio en 1962. En México se vive en esos años la estabilidad económica y el crecimiento que llamarán “Milagro Mexicano”. El nacionalismo se ha inventado que los mexicas, tenochcas o aztecas son los mexicanos antes de que existiera México, así que los tlaxcaltecas son vistos como traidores, lo mismo que Malintzin (la Malinche), de quien se deriva como peyorativo el “malinchismo” como sinónimo de xenofilia, por ejemplo: el gusto por músicos, deportistas u otros personajes extranjeros. También en España vieron como “traidor” a Gonzalo Guerrero, quien se asumió maya y luchó y murió con un pueblo maya, en el cual tenía esposa e hijos.

Sería interesante saber por qué Elena Garro destacó esa frase y las alusiones a la traición. ¿Tal vez porque las mujeres son juzgadas muy severamente, al menor desliz, por “traición”, como “traidoras” (así se asume Laura) o “traicioneras” (así se reconoce Nacha)? ¿O es una ironía sobre el nacionalismo que prevaleció en los gobiernos de la época?

En todo caso, podemos ironizar la “traición” y verla en positivo como elección: “—Yo digo que la señora Laura no era de este tiempo ni era para el señor”… dice Nacha. Y ella también elige: “—Yo no me hallo en casa de los Aldama. Voy a buscarme otro destino”…

Así como Laura eligió quedarse con su primo marido, y eso, a los ojos de una ortodoxia patriarcal y de clase podría ser juzgado como traición, así los tlaxcaltecas eligieron aliarse con Hernán Cortés y con los totonacos, otomíes y otros pueblos para elegir otro destino que ser tributarios de los mexicas y sus guerras floridas, con sacrificios humanos rituales y demás.

Probablemente la historia le debe mucho a las “traiciones”, las elecciones, las herejías, y no para progresar o “retroceder”, sino simplemente para moverse, para no estancarse.

Algo de ese carácter herético, crítico (“¿traidor o traicionero?”) de Laura y de los tlaxcaltecas tuvo Elena Garro, y como ellos, y como Malintzin, se hizo sin desearlo de mucha mala prensa, pero su escritura, en cuentos como éste, en obras de teatro como “Los perros”, en novelas como Un traje rojo para un duelo, son fundacionales de un país otro, donde ´podemos tener el derecho a elegir, el derecho a la herejía, gracias a precursoras como ella.

Elena Garro, “La culpa es de los tlaxcaltecas”, Material de Lectura 141, Narrativa, UNAM, México, 2021.

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Hegemonía, cultura, lenguaje: un campo de lucha

Hotel Abismo

Hegemonía, cultura, lenguaje: un campo de lucha

Javier Hernández Alpízar

La herencia de Antonio Gramsci ofrece, entre otras aportaciones, una perspectiva fructífera para analizar la hegemonía como algo dinámico, contradictorio, sujeto a un conjunto de fuerzas que la disputan. Análisis como los de Rhina Roux y Ana Esther Ceceña son algunos de los testimonios de lo fecundo que es pensar la hegemonía como una relación, dinámica e inestable.

Cuando se piensa la hegemonía como proceso, como algo que sucede en el tiempo, que está sucediendo ahora, hegemonía como un campo de fuerzas que siempre está en juego, y por tanto en disputa, entonces el poder (no solo la dominación, sino los contrapoderes de luchas y resistencias) también se desobjetiva, se desreifica: el poder se entiende como una relación, una relación que necesita actualizarse y es siempre cambiante.

“Lo que aquí se propone es comprender la hegemonía, usualmente entendida como sinónimo de “ideología dominante” o de “consenso”, en términos menos esencialistas y más procesuales y dinámicos: como un vocablo que permitió a Gramsci conceptualizar el conflictivo proceso político y cultural de conformación de una relación estatal, así como su disputada y frágil reproducción en las prácticas cotidianas, el lenguaje y las mentalidades.” (Rhina Roux)

En una sociedad fracturada, atravesada siempre por jerarquías, asimetrías, inequidades, opresiones, resistencias y luchas, lo que los sujetos individuales producen y reproducen está también atravesado por sus posturas, sus posiciones, respecto a esa sociedad. Así, la cuestión del poder y la hegemonía no puede desligarse de los fenómenos que nos hacen humanos como el lenguaje (el habla articulada, la lectoescritura, la lengua) y la cultura (la producción, reproducción y constante trato con significantes, con símbolos, con actividades y objetos cargados de significación colectiva).

Es central el lenguaje:

“Lo verdaderamente notable de la condición humana se refleja mejor en la historia de la Torre de Babel, en la que la humanidad, con el don de una única lengua, se aproximó tanto a los poderes divinos que Dios se sintió amenazado. Una lengua común conecta a los miembros de una comunidad con una red de información compartida con unos formidables poderes colectivos. Cualquiera se puede beneficiar de los toques de genialidad, los golpes de fortuna o el saber espontáneo de cualquier otra persona, viva o muerta. Además, las personas pueden trabajar en equipo, coordinando sus esfuerzos mediante acuerdos negociados.” (Steven Pinker)

El habla nos permite no solamente comunicarnos, sino debatir, dialogar, poner en la mesa acuerdos y disensos, llegar a acuerdos, pactar acciones colectivas: hacer política. Por ello el lenguaje es de suyo político.

Entonces, todos los integrantes de una totalidad social son productores y constantemente activos en el intento de hegemonizar el lenguaje y la cultura, tanto el poder como todos los sectores o clases subalternas. Participamos todos en la apropiación de lo tradicional, en el consumo activo de lo producido por la cultura hegemónica, en el constante diálogo y disputa por establecer los signos y las referencias de quiénes somos, qué destino seguimos, cómo nos ordenamos en sociedad. Establecer una idea del mundo, de la sociedad, de la historia, y por ello también de lo que debemos ser.

Saber que la hegemonía no es unidireccional ni estática permite leer los procesos sociales, políticos, culturales y lingüísticos (el habla, la escritura) de una manera más compleja: el poder construye constantemente su hegemonía, produce y fabrica consenso, pero su mandato no queda intacto al ser acatado e incluso obedecido, pues el significado se modifica en cada sector, en cada individuo, en cada generación, y por eso el poder tiene que estar trabajando todo el tiempo en la defensa de su discurso, su idea de cómo es el orden normal. Y los grupos subalternos construyen significados que dialogan o compiten con ese discurso, también se disputa el “sentido común”.

Por otra parte, los subordinados, las clases subalternas, no producen su propia cultura sin interactuar con la cultura oficial, estatal o privada, hegemónica. Responden a los discursos y significantes del Estado, del nacionalismo, el populismo, el mercado, con producciones sígnicas o simbólicas (culturas) propias que combinan lo tradicional y lo moderno, lo culto y lo popular, lo hegemónico y lo contracultural.

No nos gusta el término “híbrido” que usa Néstor García Canclini para aludir a esas mezclas que transgreden las dicotomías culto/ popular, tradicional/ moderno, hegemónico/ subalterno, porque un híbrido, en la biología, es una mezcla de dos especies cuya descendencia es estéril. Hay algo de la “hybris”, la transgresión de límites que los griegos desaconsejaban (“Nada en demasía”). Pero en efecto, esos límites se rompen, no son fronteras fijas, son combinaciones fecundas, fructíferas como la interacción entre géneros musicales, por ejemplo.

Dada esta complejidad de los fenómenos de hegemonía, lenguaje y cultura, el estudio de los mismos, así como del poder y de los sujetos frente al poder, no puede ser agotado por una sola ciencia o disciplina: lo económico, la ciencia política, la jurídica, sino que tiene que buscar una interdisciplina o una transdisciplina con elementos de estudios lingüísticos, culturales, antropológicos, sociológicos, de la comunicación, filosóficos.

Incluso las teorías mismas no son meros espejos neutrales que nos devuelven la imagen del objeto o del fenómeno. Ellas mismas están ubicadas e inmersas en posturas, posiciones, puntos de vista que pueden y deben ser críticos, incluso críticos de sus propios instrumentos o andamiajes teóricos. Asumir una postura teórica es ya una política. Foucault es claro en ello: el poder produce regímenes de verdad y quienes resisten producen también saberes desde la resistencia y la lucha.

La hegemonía se revela así como un elemento fecundo en posibilidades: puede asomarse el lector, el investigador, el militante, al mundo histórico contemporáneo comenzando por cualquier ventana (la lengua, la cultura, la política, la economía, etcétera), y pronto encontrará las relaciones que hacen que en cada producción lingüística, cultural, artística, se muestren las fuerzas que intentan hacer prevalecer su régimen de verdad, las que pretenden definir qué es lo justo, qué es lo correcto, qué es lo normal, o hacia dónde está bien que se dirija el proceso social el deber ser, la utopía-horizonte.

Y aún si los participantes tienen elementos desiguales en la disputa, por ejemplo, el capital y sus Estados y empresas  transnacionales cuentan con avasallantes tecnologías, bélicas, industriales, de armamentos, enseres domésticos, alimentos, medicamentos, medios y tecnologías de comunicación, entretenimiento, información, libros, educación, etcétera (Ana Esther Ceceña); por el otro lado, las sociedades, los pueblos, las comunidades, los grupos, los individuos, no asisten pasivamente a consumir los productos y las ideas de los grupos dominantes, sino a modificarlos, resignificarlos, reelaborarlos, apropiarse algunas cosas, pero rechazar y contestar otras. Y contraponer sus propias producciones y creaciones, sus propios símbolos.

Es por ello que ninguna práctica política, ninguna militancia, ninguna agencia puede simplemente contentarse con la acción, ni siquiera si es masiva y puede obtener victorias inmediatas, porque así como los grupos subalternos pueden resignificar incluso productos elaborados desde el poder, también la hegemonía dominante puede cooptar y refuncionalizar los discursos, prácticas, consignas y símbolos contestatarios para tratar de neutralizarlos y domesticarlos.

Un ejemplo interesante es la ideología multiculturalista. Como bien explica Consuelo Sánchez: el multiculturalismo es una construcción del liberalismo. Básicamente propone tolerar las diferencias, las diversidades, especialmente culturales, lingüísticas, la diversidad sexual, como elecciones privadas, siempre en el marco de una hegemonía liberal, es decir, individualista, burguesa, capitalista, defensora de la propiedad privada y el “libre mercado”.

A los indígenas mexicanos, ´por ejemplo, el multiculturalismo del Estado mexicano les permite respetar su diversidad lingüística, cultural, su arte-artesanías, sus rituales y cultos, pero no admite su derecho al territorio. La hegemonía liberal, desde el triunfo de la generación de Benito Juárez y Lerdo de Tejada, ha puesto énfasis en expropiar el territorio (y la autonomía) indígena. Se trata de poner en el mercado las tierras que los indígenas han defendido desde la colonia, la Nueva España. La concentración de la tierra en unas pocas manos durante la dictadura del liberal Porfirio Díaz fue el resultado de la Reforma: el libre mercado no propicia la pequeña propiedad, sino el latifundio, y, en general, la acumulación de la tierra y de los medios de producción en pocas manos.

Así los neoliberales que han gobernado México desde al menos 1982 a la fecha no podrían tolerar que los pueblos, comunidades y organizaciones indígenas, como las comunidades zapatistas o las del Congreso Nacional Indígena, y otras, reclamen su territorio: tierras, aguas, bosques, selvas, desiertos, lagos, etcétera. Para ellos, reconocer la autonomía y el derecho indígena al territorio rompe con el paradigma liberal de la propiedad privada (o estatal, que no es lo mismo que social, colectiva, mucho menos comunitaria) de la tierra.

Por eso fueron los partidos de todo el espectro político los que se negaron a aprobar los Acuerdos de San Andrés, reviviendo el argumento de Ginés de Sepúlveda frente a Fray Bartolomé de las Casas: los indígenas no pueden autogobernarse. El fantasma de que aprobar los “usos y costumbres” indígenas llevarían a la violación de derechos humanos, especialmente los derechos de las mujeres (a pesar de que las mujeres indígenas han ido reivindicando sus derechos sin abandonar la lucha por la autonomía y los derechos y cultura indígenas) es un argumento análogo a los que en el siglo XVI acusaban a los indígenas de idólatras, paganos, propicios a los sacrificios humanos.

En realidad, se trata del territorio. Escribió María de Jesús Patricio Martínez:

“Los pueblos originarios tienen una relación estrecha, tamizada por sus tradiciones, con la Madre Tierra y con el territorio que ocupan; en él se incluyen la tierra, el aire, el agua y el bosque.”

Los pueblos indígenas tienen una relación diferente con la tierra, que no es un objeto, ni puede ser propiedad privada: incluso es madre: Madre Tierra, Pachamama, la Madre Ceiba de los mayas. Por ello proponen que la tierra sea no propiedad,  lo común. (EZLN, comunicados de 2023) Esto es una herejía inaceptable para el liberalismo, para el cual la tierra es un “recurso natural”  apropiable, explotable, privatizable o estatizable.

Por ello el límite liberal es, claro, multiculturalista: puedes ser diferente y diverso en todo lo simbólico, cultural, folklórico, la cultura popular, pero la tierra y el territorio deben ser asunto solo de la economía capitalista, el mercado o el Estado nacionalista.

Contra ello, los pueblos indígenas construyen una resistencia no solo de facto, con sus autonomías y su defensa del territorio, sino con saberes, conocimientos y teorías: muestra de ello son los textos de zapatistas, indígenas del CNI, los mapuche en América del Sur y otros pueblos y autores indígenas. Como otros sectores, clases, etnias y grupos subalternos, los indígenas construyen otro sentido común desde el cual se lee diferente la vida y se propone otro modo de organizarse colectivamente. Lo mismo pueden hacer, y hacen, otros sectores, clases y grupos subalternos: luchan por la hegemonía, la disputan, pelean por su derecho a vivir en paz en el mundo, e incluso trabajan por un mundo en que quepamos todos.

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Un tallado minucioso en la materia de la palabra y la literatura

Hotel Abismo

Un tallado minucioso en la materia de la palabra y la literatura

Federico Patán

A Lukas Avendaño y a  Ceci Flores, buscador@s de verdad y justicia

“Examino los mensajes: pensamientos, maldiciones, nombres. Como este tan curioso: Dionisia. Si consigo ponerle un rostro, vendrá cualquier sueño delicioso.” Federico Patán, “Las tres íes”.

En estos tres cuentos de Federico Patán (Material de Lectura 139, Cuento contemporáneo), la materialidad de la palabra comunica a la materialidad del mundo, por ejemplo: el agua y la tierra en “Las tres íes”. Pero no solo la materialidad física, también la pesadez de la existencia misma, las atmósferas densas del encierro (la prisión), la tensión vital, la minuciosidad de la memoria y el pensamiento cavilante, los problemas de la vida misma.

Es una literatura que escava en su materia –la palabra- como el prisionero que busca hacer un túnel al exterior, aunque quizá excavando en la literatura no salimos (ni al escribir ni al leer) a ningún exterior, sino que penetramos más en la experiencia, a veces fatigosa, pero siempre gratificante, de la literatura misma, es decir, un poco de la vida misma.

En vez de contarnos la historia de un preso, en un lugar donde los quejidos de la tortura a otros alcanzan a oírse., Federico Patán nos pone en el lugar del que excava la tierra con una cuchara de peltre buscando una salida. Y sus utopías de evasión (diría Lewis Mumford), la imaginación de una mujer evocada solamente a partir de un nombre femenino raspado por algún preso anterior.

La imaginación pone un rostro, una imagen femenina, una compañía a un ser humano en el encierro. Utopía de evasión que aligera quizá el minuciosamente rudo trabajo en pos de una utopía de emancipación, más real y difícil.

El cuento puede tener su lectura literal, ese trabajoso avance del que busca salir con los pobres medios a su alcance. Y otra alegórica, pues más de un lector se ha sentido encerrado en su vida, buscando una salida sin medios adecuados, al menos aparentemente, donde la vida sofocante es en sí misma una prisión.

En “El paseo”, incluso el monopolio del poder para filetear un pavo y repartir jerárquicamente los trozos, con privilegio para quien él decida, describe en una sola escena (como de cine) el poder patriarcal de Don Pedro, ducho “desde joven en mandar sobre cualquier instrumento cortante”.

Además, según Elías Canetti (Masa y poder) una de las fuentes de poder es alimentar a otros, así que quien reparte comida, con su discrecionalidad arbitraria, reafirma su poder sobre los otros comensales.

Y desde luego, la violencia patriarcal contra las mujeres, como la de un dictador sobre su pequeño reino de vasallos. Don Pedro, el de este cuento, muy bien podría no por casualidad ser tocayo de Pedro Páramo, otro patriarca, en otro mundo literario.

En “Cenizas”, un nieto monologa ante los restos fúnebres de su abuelo ya reducidos a la poca materia que cabe en una urna. Y en ese pensamiento, dialogando imaginariamente, recorre los hilos sueltos de la memoria de un exilio en México, pero cuyas raíces familiares quedaron en España, una España que ya no existe más después de la pesadilla del franquismo.

Si una cierta melancolía atraviesa estas narraciones, es la que puede recrear el lenguaje literario para ponernos frente la materia melancólica de la vida, el tiempo, las acciones, sus consecuencias y su impronta en nosotros, descendientes de esas grandes tragedias, historias que  hunden sus raíces en otras más antiguas y quizá también duras historias.

La narrativa de Federico Patán no es de un fácil primer acceso, quizá porque parece ser fruto de un minucioso y trabajoso de tallar en el suelo de la literatura para ir abriendo ese espacio, ese hueco, ese claro, donde la palabra alcanza la atmósfera adecuada para ser.

No necesita ser una directa denuncia: prefiere acercarse a la vida, que con su peso, su gravedad misma, ya es una denuncia de suyo.

Federico Patán, Material de Lectura 139, Cuento contemporáneo, UNAM, México, 2020.

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