El sujeto torturador y asesino de la tecnociencia y la industria moderna

Hotel Abismo

El sujeto torturador y asesino de la tecnociencia y la industria moderna

Javier Hernández Alpízar

“Y aunque gracias a su perfume es capaz de aparecer como un Dios ante el mundo… si él mismo no se podía oler y, por lo tanto, no sabía quién era, le importaban un bledo el mundo, él mismo y su perfume.” Patrick Süskind, El perfume.

Jean -Baptiste Grenouille, el sociópata y asesino personaje central de la novela El perfume, Historia de un asesino, de Patrick Süskind, puede tener no solamente lecturas psicológicas o psicoanalíticas, del tipo ¿por qué él, quien tiene un olfato hiperdesarrollado, no tiene olor él mismo, a la manera como los vampiros no tienen reflejo en el espejo? Y pensar en la falta de amor propio, derivada de la falta de amor materno y el desarraigo de no saber quién es.

Sin embargo, se pude centrar la atención en el comportamiento sin sentimientos morales y sin culpa, capaz de matar mujeres y usarlas como insumo para obtener perfumes, con la misma indiferencia con la que puede obtener esencias de aromas de flores, maderas o cualquier otro material.

Puede hacerse la analogía entre el asesino buscador de aromas para elaborar perfumes y el sujeto moderno, quien ve a toda cosa, a todo ente, en la naturaleza como una mera fuente de energía y materiales para producir sus productos- valores de uso- mercancías- dinero- ganancias.

El aprendiz de perfumista tiene una percepción unilateral- unidimensional- del mundo: lo aprecia a través de su olfato superdesarrollado. Tal como el sujeto moderno del mundo industrial aprecia al mundo ante todo a través de la visión, la mirada, por encima de los demás sentidos. Para el asesino de la novela de Süskind, el mundo son aromas, sin mayor preocupación por su naturaleza humana, viviente o inerte. Para el homo faber, el mundo son ante todo imágenes, ideas, aspectos, y si acaso datos de los sentidos, que operan como insumos, materiales, para la producción industrial y de mercado.

Respecto al conocimiento, el personaje de El perfume solamente entiende las palabras que denotan a lo singular, es un nominalista que no puede entender significados más generales o genéricos, una suerte de empirista- positivista cuya lengua sería el ideal de los nominalistas medievales, los positivistas y los posmodernos que no quieren saber de “universales”. Así como, dijo el maestro Bolívar Echeverría, el posmodernismo puede leerse como ese escepticismo frente a los universales del personaje de la novela de Robert Musil, Las tribulaciones del estudiante Törless, análogamente, el Grenouille de Patrick Süskind parece una alegoría del sujeto del imperio de la técnica: el mundo es para él solamente un repertorio de aromas para destilar, procesar y quintaesenciar. Así como para el sujeto productivista de la técnica moderna el mundo son sólo materiales de construcción y fuentes de energía para la producción industrial.

Ambos sujetos son entonces reduccionistas, para ambos el mundo “no es más que”, las cosas “no son más que” un almacén o stock de existencias disponibles para su manipulación: no tienen límites morales, éticos ni políticos, es decir, no tienen límites afectivos, sino una insaciable voluntad de poder técnica (y una razón meramente instrumental). Si pueden extraer provecho de esos entes (inorgánicos u orgánicos, vivos o inertes, vegetales, minerales, animales o humanos) tienen que hacerlo, y no encuentran motivo para detenerse: que mueran algunos seres vivos, que mueran algunos humanos, son solamente gajes del oficio de perfumista o de químico o de físico nuclear, o de ingeniero o arquitecto del desarrollo urbano, industrial, militar, empresarial, modernizador, colonial.

Este sujeto capaz de usar humanos como conejillos de indias aparece en el cine en películas como la saga de Alien de Ridley Scott (Alien, el octavo pasajero; Prometheus; Alien: Covenant) en la figura de los robots o humanoides que prefieren permitir el desarrollo evolutivo de los alienígenas extraterrestres, a costa de la vida de los seres humanos, tripulantes de las naves espaciales, quienes son sacrificables.

Así para Grenouille, no hay ningún sentimiento moral que le impida matar mujeres jóvenes para tratar de extraer, obtener, aislar, y utilizar la esencia de su aroma (en el capital: valor de cambio), en la que intuye que está el secreto de su belleza y atractivo, lo que hace que puedan ser objeto de deseo. Por algo Raúl Zibechi ha dicho que este sistema es un extractivismo feminicida; y las zapatistas han llamado a acabar con el capitalismo feminicida que mata a la Madre Tierra.

“El homo faber –dijo Hannah Arendt en su conferencia “Labor, trabajo y acción”– se convierte en amo y señor de la naturaleza en la medida en que viola y, parcialmente, destruye lo que le fue dado.”

Para el sujeto moderno, el homo faber (que antes, como buen depredador es homo videns) todas las cosas son solamente fuentes de moléculas, de átomos, de materia, de energía, de materia prima para producir valores de cambio, dinero, ganancias, capital.

Por ello sus procesos fisicalistas y tecnocientíficos pueden ser cruelmente despiadados: desde torturar en laboratorios a ratas blancas, cobayas, cuyos, conejillos de Indias, conejos y otros animales hasta torturar en campos de concentración, trabajo forzado y exterminio a seres humanos racializados, deshumanizados, alienados, esclavizados para extraer minerales o incluso ya ni siquiera como fuerza de trabajo (“El trabajo libera”, lema de un campo de trabajo forzado nazi) sino como insumo, material, o como material desechable, eliminable, exterminable o bombardeable.

Quizás por eso siempre me ha desagradado no la novela, la literatura, de El perfume sino el contenido de su historia: porque en la literatura universal, desde Moisés en el Génesis hasta Tom Sawyer o Huckleberry Finn o cualquier otro huérfano, los niños que han perdido a sus padres o han tenido que ser dejados por ellos, encuentran un mundo en el cual crecer y llegar a ser protagónicos de liberación y alegría. En cambio Jean-Baptiste Grenouille representa al sociópata que encarna el sujeto moderno (la empresa o corporación transnacional capitalista) como depredador, extractivista, torturador, asesino, sin escrúpulos, sin sentimientos morales, sin empatía por nada que no sean sus propios experimentos y construcción desarrollistas, megadesarrollos.

Con ese criterio se pueden producir lo mismo papas fritas y bebidas gaseosas que armas convencionales, químicas o nucleares, porque las cosas, el mundo o la vida no son más que una infinita plasticidad (“biomasa”) para el producir tecnocientífico e industrial, y sus negocios. El nihilismo, el “no vale nada la vida”, está inscrito en el ADN de ese imperio mundial de la técnica y el capital. Quizás parece no tener olor, pero ese sujeto del imperio técnico debe oler a muerte.

Patrick Süskind, El perfume, Historia de un asesino, Seix Barral, México, 2015.

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