Totalitarismo, dictadura y democracia ante el espejo

Hotel Abismo

Totalitarismo, dictadura y democracia ante el espejo

Javier Hernández Alpízar

En una entrevista, Hannah Arendt afirma que no escribe para influir en los demás sino para comprender. Probablemente de eso se trata, como dice el texto de Spinoza que Simone Weil puso como epígrafe de sus Reflexiones sobre las causas de la libertad y de la opresión: “En lo que concierne a las cosas humanas, no reír, no llorar, no indignarse, sino comprender.”

En un tema como el totalitarismo, se necesita estómago, soportar una densa dosis de realidad. Expresa Hannah Arendt: “La comprensión, en suma, significa un atento e impremeditado enfrentamiento a la realidad, un soportamiento de ésta, sea como fuere.”

Intentar comprender fenómenos como el totalitarismo es difícil no solamente porque tenemos que ir un poco a contracorriente de nuestra indignación, sino que los estados totalitarios son complejos de suyo. Ex marxista, ex trotskista, Edgar Morin escribió un libro tratando de comprender a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), un fenómeno complejo porque cada vez que lo vemos a la luz de una categoría como “dictadura”, eso nos ilumina ciertos aspectos de la URSS, pero nos oculta otros, y lo mismo pasa si usamos el concepto “totalitarismo”.

Dice Giovanni Sartori que el concepto de “dictadura” no fue negativo para los antiguos, pues en Roma era un cargo limitado temporalmente que se asignaba a un delegado del emperador para resolver problemas específicos en un lugar. Terminaba el periodo y con él la dictadura. Fue en el siglo XX cuando comencemos a usar las palabras “dictadura” y “dictador” como caracterizaciones negativas. Además, afirma el mismo Sartori, durante décadas se dejó de pensar en la especificidad de una dictadura, porque siempre se asoció a un fenómeno contemporáneo preocupante: el totalitarismo.

¿Las diferencias entre dictaduras y totalitarismos son de grado? ¿Hay un salto cualitativo entre ambos? ¿Hay un gradiente de autoritarismos en el que podamos verlos como en una escala?

Simone Weil opinó que los partidos políticos europeos continentales eran todos potencialmente totalitarios y que lo único que impedía que cumplieran su ambición de controlar a todos eran las ambiciones totalitarias de los otros partidos, que se les oponen y los limitan. Proponía abolir los partidos políticos para permitir que las personas usen sus propias cabezas para pensar y participar, en lugar de aceptar un credo, una doctrina dada y definida enteramente por un partido político. Independientemente de lo polémicas de sus opiniones, que se vuelven plausibles en periodos de fuertes problemas de representación y de legitimidad de los partidos políticos, nos hacen pensar que el pluralismo es una condición necesaria para evitar que germinen las semillas de totalitarismo que pueden hallarse latentes. 

Así como una democracia que funcione con alto nivel de exigencia ciudadana es necesaria para estar alerta ante la dictadura que casi cada república moderna guarda en su arquitectura constitucional, en algún artículo para situaciones de excepción que permite al gobernante asumir poderes especiales y suspender los derechos y garantías de los ciudadanos. En la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos está en el artículo 29:

“En los casos de invasión, perturbación grave de la paz pública, o de cualquier otro que ponga a la sociedad en grave peligro o conflicto, solamente el Presidente de los Estados Unidos Mexicanos, con la aprobación del Congreso de la Unión o de la Comisión Permanente cuando aquel no estuviere reunido, podrá restringir o suspender en todo el país o en lugar determinado el ejercicio de los derechos y las garantías que fuesen obstáculo para hacer frente, rápida y fácilmente a la situación; pero deberá hacerlo por un tiempo limitado, por medio de prevenciones generales y sin que la restricción o suspensión se contraiga a determinada persona.”

Se trata de la dictadura legal y temporal que Sartori describió en el derecho romano y que pervive en un artículo de la Constitución republicana mexicana. En todo caso, conviene mantener al demonio en la botella, y no olvidar las reflexiones de los teóricos de la democracia que nos avisan de cosas como éstas que indica Luigi Ferrajoli:

“En ausencia de límites de carácter sustancial, o sea, de límites a los contenidos de las decisiones legítimas, una democracia no puede –o, al menos, puede no– sobrevivir: siempre es posible, en principio, que con métodos democráticos se supriman los mismos métodos democráticos. Siempre es posible, con formas democráticas, o sea, por mayoría, suprimir los mismos derechos políticos, el pluralismo político, la división de los poderes, la representación; en síntesis, el entero sistema de reglas en el cual consiste la democracia política. No son hipótesis de escuela: se trata de las terribles experiencias del nazismo y del fascismo del siglo pasado, que conquistaron el poder por medio de formas democráticas y luego lo entregaron “democráticamente” a un jefe que suprimió la democracia.”

Ese espejo es sobre todo inquietante cuando comprendemos que una democracia puede nacer débil y no tener tiempo de embarnecer antes de ser atacada por al fascismo. Ese espejo es el que intenta explorar Jacobo Dayán en República de Weimar.

La frágil y efímera experiencia democrática republicana que no tiene fuerzas para salir viva de una grave crisis económica, entre los pesadísimos compromisos o castigos que le impuso el Tratado de Versalles, al ser derrotada en la primera guerra mundial, y, tras un breve paréntesis, engañoso, la crisis de 1929, el crack que afectó a todo el mundo capitalista, y entonces el gobierno republicano alemán se ve fuertemente presionando por derechas e izquierdas.

Las autoridades temen, castigan y reprimen fuertemente a las izquierdas comunistas, pero dejan crecer y son laxos con el partido nazi, quizá por subestimarlo y porque les está haciendo el trabajo sucio de hostilizar y agredir a los comunistas.

Jacobo Dayán teje algunas analogías con la debilidad de la democracia mexicana, nacida en la alternancia de partidos en las elecciones del 2000, la cual nunca ha logrado consolidar un estado de derecho, por lo cual ha recaído en fraudes o sospechas de fraudes, militarización, violencia criminal, miles de muertes y desapariciones, y actualmente, un populismo que quiere tirar la tina con el agua sucia de la corrupción desechando con ella al débil crío de las instituciones democráticas.

El libro República de Weimar recuerda cómo los signos ominosos crecían a la vista del pueblo alemán, particularmente en la lucidez de sus artistas., en las obras de literatura, música, cine, teatro, artes plásticas, pero nadie lo tomó en serio. Un poco como la violencia en México se ha vuelto “invisible” por una especie de negación colectiva.

Y desde el poder, se alienta una polarización plebiscitaria simplista, maniquea, demagógica, como lo que describió Michelangelo Bovero en una conferencia en México:

“En muchos casos, el llamado directo a la “voluntad del pueblo” esconde peligros antidemocráticos: el verdadero poder no es el del pueblo que selecciona, sino el de quien plantea la alternativa ante la que se debe seleccionar. Un poder de ninguna manera oculto, sino visible (incluso ahora ultravisible: televisible); no obstante, pocos parecen darse cuenta. No debería olvidarse que con base en el plebiscito se rigen los sistemas autoritarios, las dictaduras más o menos enmascaradas. La expresión “democracia plebiscitaria” es un oxímoron, el adjetivo contradice al sustantivo. Y esa lluvia de microplebiscitos –una verdadera tempestad electrónica– llamada “democracia de los sondeos” en realidad es una caricatura de la democracia, y en la medida que se contraponga a los procedimientos institucionales de las decisiones democráticas, o peor aún, sea impulsada a sustituir estos procedimientos, se transforma en un engaño colosal: una manipulación continua, un intento constante y sistemático de enajenar a los ciudadanos, a los que se finge reconocer autonomía de juicio, presentando problemas burdamente simplificados y distorsionados, proporcionando criterios de evaluación arreglados.”

Probablemente algunas semillas de autoritarismo germinan o siguen latentes casi todo el tiempo, lo más peligroso es que las sociedades se dejen arrullar por el dogmático sueño del autoritarismo y no reclamen democracia frente a las pretensiones de concentrar el poder en muy pocas manos.

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