Darwinismo social de petate

Carlos Slim

Babel

Javier Hernández Alpízar

No olvidemos la sabiduría de Juan de Mairena, uno de los apócrifos de Antonio Machado: No hay situación que no sea empeorable. Así que no podemos consolarnos pensando que México ya tocó fondo, que no puede descender más.

Además de descubrir una elite que combina los buenos oficios de la taimadez con las ventajas de la imbecilidad, hay que ver que la sociedad se ha venido corrompiendo, no solamente desmoronando. En todos los sentidos de la palabra, los mexicanos nos hemos venido desmoralizando.

Arriba, viento en popa, avanza el fascismo a la mexicana. Abajo, también. A las tradicionales tendencias clasistas, racistas, patriarcales y misóginas, adultocéntricas y a otras discriminaciones, se ha unido el erróneamente llamado “darwinismo social”, es decir, una versión exacerbada y recalcitrante del liberalismo, la ideología burguesa hegemónica.

Desde el siglo XVI, las doctrinas de la predestinación de Lutero y Calvino pretendieron hacer del evangelio la buena nueva burguesa: después de siglos de condena moral, ética y aún teológica a la usura, de considerar pecado que el dinero “produjera”, “creara” más dinero, como ganancia o lucro, la doctrina de la predestinación hizo de la riqueza (y con ello de la avaricia, la codicia y la usura) un premio de Dios que anticipaba la felicidad o la bienaventuranza ultraterrena de los elegidos. De hecho, la religión oficial del mundo moderno está confesada en el credo de Washington: “In God we trust”, inscrita en su dios: el dólar.

Así, la pobreza no tiene un origen social, sino divino. Ya los reyes no tienen un poder venido de Dios por medio del pueblo, como llegó a creer la Edad Media, sino que ahora el poder viene directamente de Dios: del dios dinero.

Los países que habían sido formados en el catolicismo tendrían que “modernizarse”, abandonar la idea corporativa del cuerpo social como cuerpo de Cristo por la idea reformada: el individualismo burgués teológicamente consagrado. Por ello en países como México, parte de la modernización y “ciudadanización” consistió en minar o refuncionalizar el catolicismo: sustituirlo por religiones “reformadas” o simplemente convertirlo en una careta: católico por tradición pero protestante por ideología. El liberalismo (y el neoliberalismo) es la versión secular de esa idea: no existe nada sagrado, excepto el dinero, el oro, la riqueza y sobre todo: la propiedad privada.

En México esa forma ideológica es ya agresivamente dominante: incluso muchos de los opositores al sistema liberal burgués comparten ese valor: el dinero es el fin a perseguir.

En una sociedad que ha sido hipócrita y veladamente de castas (blanco, mestizo y hasta el fondo de la baja escala social: indio, negro u otra “casta”), el dinero ha reforzado esa escala de la exclusión y la discriminación: el modelo de ser social es la mercancía. Y la mercancía es blanca como las imágenes de Cristo Rey que parecían el retrato de un monarca europeo. Fuera de ese valor (de cambio) los seres humanos son ahora medios, instrumentos (esclavos), herramientas, materia prima (biopoder), consumidores o entes sacrificables en el altar del dinero.

Ahora todas las jerarquías de la discriminación se yuxtaponen y refuerzan la ideología de la “predestinación”: el polo superior es hombre, blanco, rico, adulto, joven; el polo inferior es mujer, no-blanco, pobre, menor de 18. Y cada quien puede ir negociando puntos según el azar social, genético y la capacidad de “venderse”, como dicen los yupis.

Pero la frase “darwinismo social” es una calumnia a Darwin, a pesar de que el biólogo fundador del evolucionismo fue influido por el liberalismo de Adam Smith, que era ya un “paradigma” de pensamiento en la época. Si en el siglo XVI los luteranos y calvinistas habían reeditado la vieja teoría de la predestinación haciendo parecer a Cristo un predicador del dinero y el lucro, en el siglo anterior a Darwin, Adam Smith había publicado Una investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones (1776, y con diez años de trabajo previo). Cuando en 1859 Darwin publicó El origen de las especies por medio de la selección natural, la idea de competencia liberal ya era una corriente dominante.

En momentos en que esa ideología se impone en el imaginario social, colectivo, se falsifica la idea haciendo aparecer su versión económica e ideológica como basada en una raíz biológica; pero fue al revés: de los anteojos de una ideología liberal se coló algo de su influencia en una teoría biológica. El hecho de que la teoría de Adam Smith haya sido científicamente refutada por la teoría de juegos de John Forbes Nash (premio Nobel de economía en 1994) y que incluso en el evolucionismo biológico haya sido modificado después de Darwin incluyendo factores como la asociación entre especies, la cooperación o como lo diría Piotr Kropotkin la ayuda mutua, con igual o más peso que la competencia para la supervivencia de individuos y especies (confirmado por la teoría de Forbes Nash), han sido, ambos, hechos ignorados.

La ideología de la competencia despiadada (tomada de la competencia entre capitales) es extrapolada tramposamente a la sociedad: el resultado es dividir el mundo en una pequeña elite de “triunfadores” y una inmensa mayoría de “perdedores”. Ambos, predestinados según la teología maniquea secularizada en la ideología del darwinismo social: el fascismo como motor de la sociedad. No es de extrañar que el mundo viva un apartheid global o, si somos una gran aldea (como decían sus ideólogos), sea una en que unos pocos aplastan al resto, en ese sentido todos somos palestinos: piedras contra una maquinaria de guerra, manos desnudas contra un muro de exclusión mundial.

Pero si Darwin no es una justificación para esas ideologías fascistas (porque la evolución, su herencia teórica, puede ser leída como un alejarse de la exclusión fascista y un acercarse a la ayuda mutua hominizadora y humanizadora), tampoco es cierto que, como pretende el erróneamente llamado “darwinismo social”, el sistema (neo)liberal de la competencia lleve a la cima a los mejores (basta ver el cretinismo, casi retraso mental de los presidentes de más de un país). Incluso la espiral social corrupta del neoliberalismo puede encumbrar a algo de lo peor.

Lo que se esconde detrás de esa falsa imagen de competencia es la violencia de la exclusión social producida por el capitalismo: el origen y el baluarte de esa exclusión es la violencia del despojo y el militarismo; para enmascararlo se aducen causas falsas: la cultura, occidente, el protestantismo, el conocimiento y la ciencia, la competencia, el individualismo, el libre mercado… y otros conceptos que caen como castillo de naipes al hacer su análisis.

Pero esa falsa ideología alimenta la brutalidad de la exclusión y el campante fascismo a la mexicana en el que nos hundimos. Esa es una de las causas de que muchos mexicanos voten por sus opresores: quisieran identificarse con “el vencedor” y se avergüenzan de identificarse con el “derrotado”. Es así porque el temor (además del deseo de compartir el botín de la corrupción) hace a muchos preferir ser comparsas de la máquina fascistoide.

Las celebraciones de navidad y fin de año, con su consumismo y su culto al dinero y los mercaderes, son una confirmación social de esa nueva religión: el dinero y su moral de “darwinismo social”. Por ello quienes se oponen a esa corriente parecen venidos de otro planeta. Incluso por ello parece no quedarles más que el exabrupto tipo: Si los arbolitos de navidad no arden, ¿quién iluminará esta oscuridad?

Esta entrada fue publicada en babel. Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario