Zapatismo en Wall Street

Javier Hernández Alpízar
La escritora mexicana Malú Huacuja del Toro, quien hace ya varios años vive en Nueva York, fue con cámara de video en mano a Wall Street para mostrar el fracaso de que hayan cerrado las calles, tratando de evitar que crezca la manifestación. Con imágenes de los muchos manifestantes que hay ahí, de muchas lenguas, orígenes y procedencias, no solamente desmintió a los medios industriales fieles al sistema que ha intentado minimizar el número de manifestantes, sino que entrevistó a alguien que explica cómo su inspiración está en México, en Chiapas, en los zapatistas:
«Pienso que hay muchísimo fraude y abuso del gobierno, de las grandes empresas y que la gente necesita intervenir», dice un manifestante pancarta en mano. Menciona algunos de los problemas que tienen que ver con el gobierno de los Estados Unidos: «La guerra en Irak, en Afganistán, los derechos civiles de los musulmanes, de los árabes están bajo ataque aquí en los Estados Unidos, de los palestinos… La gente de extracción de bajos ingresos no puede sobrevivir. El 50% cae por debajo el índice de pobreza. Algo tiene que ceder, como dicen en México.»
Y explica: «¿Sabes qué me inspira en México? En Chiapas, el subcomandante Marcos, lo que ellos han hecho desde 1994. Eso es lo que estamos tratando de  hacer en América, aprender de ellos, de los árabes, y tratar de tener esa clase de conciencia de que puede que no seamos tan ricos que estemos en posiciones de poder, pero que juntos podemos lograr el cambio. La única forma como podemos cambiar las cosas en el mundo, y en América.»
En una entrevista por internet, a propósito de su novela La invención del enemigo, entre otras cosas Malú Huacuja del Toro nos platicó de una soterrada memoria de lucha (de clases) en Nueva York: «desde un país silenciado detrás de su historia oficial, detrás de una versión de sí mismo que pregona democracia pero que se divide en castas, con propaganda sobre la libertad de expresión pero que es persecución, con listas negras durante y después  del macartismo, en fin: un lugar donde el primero de mayo no se celebra como el Día del Trabajo, a pesar de que el acontecimiento histórico que se conmemora  ocurrió aquí, pues se trata del movimiento de los huelguistas de Chicago, en 1886, por la jornada de 8 horas. Es una fecha desterrada al extranjero porque se festejaba también en la Unión Soviética, entonces con tal de no “hacerle el juego al enemigo” se borra la historia y se olvidan los propios mártires. Hasta hace apenas unos 6 años, antes de que los latinoamericanos y demás extranjeros les reivindicáramos a los propios estadounidenses su fecha histórica, cuando la gente hablaba del primero de mayo, bajaba la voz, para que no se la identificara con “los que sí tienen memoria”, y aún ahora cuando pronuncia ciertas palabras, desvía la mirada o les baja el volumen. Son los rasgos culturales que perfilan la personalidad de una nación, que se define no nada más por lo que expresa, sino también por lo que censura, y que no te cuentan los periodistas ni los analistas, ni gringos ni mexicanos, porque no pueden ver más allá de sus narices. Aquí los efectos del macartismo se afincaron en el inconsciente colectivo por generaciones. Así es como se narra la historia del imperio, vaya, hasta la historia de la moda en Estados Unidos, por ejemplo: yo hasta que llegué aquí no sabía que la moda nacida en Nueva York y extendida a todo el país, de los tenis con traje sastre para las mujeres ejecutivas y secretarias, por ejemplo, surgió para aplastar una huelga de transportistas anterior a la aquella de 2005, la cual por cierto se combatió más fácilmente porque ya estaban todas las leyes cambiadas para declararla ilegal, ponerles una multa estratosférica y declarar “insurgentes” a los huelguistas. Pero antes de eso, todavía no se habían promulgado leyes que permitieran declarar tan rápidamente criminal una huelga de trabajadores del sector público, entonces la hundieron con espíritu de patriotismo, en un plan de “no nos vencerán y caminaremos con tenis hasta el fin del mundo”, etc. Ahora las chavitas y las señoras llevan sus zapatos de tacón en una bolsa de plástico para ponérselos en la oficina donde les exigen código de etiqueta para laborar, y qué bueno: es más cómodo, pero resulta que la causa no fue la comodidad, sino la lucha de clases… Un término que, por cierto, se evita en Estados Unidos tanto como el primero de mayo. Hay proscritas, hasta hoy, muchas expresiones, como la palabra “compañero”: los norteamericanos se ven muy mal si dicen “comrade”, parecen criminales, tienen que usar “brother” o sister o decirlo en español para no sentirse incómodos o bajo la mira, y por eso vemos a tantos gringos diciendo “coumpañerou”, dizque para latinoamericanizarse, pero no es cierto. Es porque no se atreverían a pronunciarla en su propio idioma: es como una mala palabra. ¿Por qué? Porque todavía tiene la fuerza insultante que les atribuyeron a los comunistas los “comités de investigaciones de actividades antiamericanas” desde McCarthy, resucitados en la era Bush para los “terroristas”. Es como cuando por ejemplo uno o una dice: “qué pendejada escribí”, nunca suena igual si la traduces, porque lo que importa es la carga condenatoria que la comunidad donde naces y vives le imprime. Prefieren decirlo en español dizque por solidarizarse con los latinoamericanos, pero en realidad, sobre todo, para “disfrazarlo”; quitarle la carga política que queda arraigada en su memoria colectiva inconsciente, heredada de sus padres y abuelos, de lo que fue ese miedo social.  O el término de clase, por ejemplo: un norteamericano asimilado por su cultura oficial, si quiere llegar alto no puede hablar de “clases sociales” porque hacerlo sería tanto como admitir desigualdades económicas y, por lo tanto, lucha de clases, lo que lo convertiría en un temible comunista. La única clase social cuya existencia puede reconocer es la “clase media”. Por tal motivo, no se puede hablar tampoco de “clase obrera”, y cuando se tienen que referir a eso, a ese fenómeno que de todas formas existe, le llaman “familias asalariadas” (working families), fórmula que, por añadidura, genera un descalabro semántico con los malos traductores al español, que nos lo ponen como “familias trabajadoras”, o sea: que trabajan mucho esas familias, ¿verdad?, ja, ja, ja. Y sí, trabajan un chingo, pero no es lo que se trataba de explicar en inglés…» http://zapateando2.wordpress.com/2009/02/01/7340/
Lo curioso es que, vueltas que da la vida, y el mundo, hoy es en México donde predomina un macartismo a la mexicana –más inspirado quizá en Francisco Franco y modelos españoles– por el que en Veracruz encarcelan a twitteros, legislan para criminalizar las redes sociales bajo el delito de «alteración del orden público», que evoca el díazordacista «disolución social», y compran, no sólo en Veracruz sino en muchos otros estados, ediciones completas de Proceso, que alguien decide que los ciudadanos «no deben» leer. http://www.proceso.com.mx/?p=282952
Los zapatistas en Chiapas están hoy bajo cercos paramilitares, en Nueva Purísima y San Patricio, en medio de un silencio cómplice incluso de la «izquierda», muy ocupada en construir su próxima derrota electoral, pero en Nueva York, los okupas de Wall Street tienen entre sus inspiraciones no solamente a los musulmanes y árabes, quienes recientemente han derrocado tiranos, sino a los zapatistas, cuya lección de dignidad es universal.
Así que nada se pierde, y la liebre, como siempre, salta donde menos la esperarían. Hasta en Wall Street, como nos mostró Malú Huacuja con su video en You Tube:

Esta entrada fue publicada en babel, Chiapas, Medios libres, Medos otros, Noticias, REPRESION POLÍTICA Y DEFENSA DE LOS DERECHOS HUMANOS, Solidaridad, video, zapatismos, Zezta Internacional. Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario